Cuando alguien hace referencia
a la llamada “Caja Mágica”, en lo primero que pienso no es en el estadio madrileño
en el que tienen lugar famosos partidos de tenis, sino en una sala de cine. Una
de esas salas impregnadas de olor a palomitas, habitadas por decenas de butacas
y presididas por una imponente pantalla que, cuando despierta, hace bajar la
mirada a todas las luces que antes observaban con atención los asientos en los que los impacientes espectadores aguardan.
Ir al cine es una experiencia
mágica, y todo cinéfilo que se precie defenderá esta afirmación a capa y espada.
Intentar convencer a los agnósticos para que visiten nuestro templo con más
regularidad forma parte del día a día del cinéfilo que, además, no sólo
intentará arrastrarles a la sala, sino también les animará a atreverse con algo
distinto. Con películas tan mágicas como El Cuento de la Princesa Kaguya.
● Año: 2013
●
Director:
Isao Takahata
●
Cast:
Aki Asakura, Kengo Kora, Takeo Chii, Nobuko Miyamoto…
●
Música:
Joe Hisaishi
●
Duración:
137min
Me encanta ir al cine a ver
una película infantil y escuchar cómo ríen, cantan o aplauden los más pequeños.
Aún recuerdo el día en el que fui a ver Frozen
y, durante su proyección, los pequeñajos hacían comentarios como “Mamá, a ese me lo pido”. Esas
intervenciones valen su precio en oro. Son tan mágicas como escuchar a
un crío susurrar, en un instante de este relato japonés con una carga emocional
enorme, las enternecedoras palabras “Little
Bamboo”. En ese momento, a uno se le ponen los pelos de punta sin poder
evitar una sonrisa estúpida que, al recordar lo ocurrido, sigue apareciendo.
Esa espontánea felicidad no
sólo se debe a la ternura que el propio comentario llevaba implícita, sino a la
satisfacción que todo cinéfilo siente al no haberse dado cuenta de que,
entre el público de su sesión, se encontraba un crío que, a pesar de lo
compleja, pausada y adulta que podía resultar esta película, había permanecido
tan hipnotizado como tú: un adulto hecho y derecho.
El
Cuento de la Princesa Kaguya es la última película que el
famoso Estudio Ghibli ha estrenado en cines. Este relato, cuyo epicentro es una
moraleja tan potente como acertada, cuenta la historia de una princesa
encontrada en un bosque de bambú que crece rodeada de naturaleza y que, poco a
poco, irá afrontando los desengaños de la sociedad japonesa o, ya generalizando,
de toda vida adulta.
Isao Takahata nos transporta a
un mundo en el que la animación tradicional sobrevive con una fuerza de
voluntad admirable, en el que los lápices de los estudios siguen siendo capaces
de llevar a la gran pantalla secuencias artísticamente impresionantes como
la huída de Little bamboo a su lugar
de origen, o en el que la conjunción entre el dibujo y la música alcanza
semejante nivel de armonía que, al salir de la sala, el espectador no podrá dejar
de tararear la melodía de los seres celestiales sin recordar la tristeza tan
absoluta en la que se sumen los personajes.
Cuando aparecieron los
créditos finales en pantalla, esa tímida voz de la que antes os había hablado
volvió a entonar su “Little Bamboo”,
y un servidor se quedó clavado en la butaca, sin poder dejar de sonreír y dando
gracias por la magnífica experiencia que acababa de vivir. Porque esa vocecita,
esos dibujos, y esa música, son mis Reyes Magos. Son la aparentemente olvidada
ilusión que todo adulto ansía sentir de vez en cuando.
Aunque frecuentar mucho el
cine lleve consigo la ingesta de mucha basura, la cursilería de esta entrada deja
muy claro que el cine, cuando te da una alegría, te da una alegría de verdad.
Y espero que me las siga dando.
●Te
gustará si:
sigues creyendo en el mundo de la animación.
●
No te gustará si:
te avergüenzas de comprar una entrada en la taquilla para una película de
animación que, encima, es japonesa.
Jerry
Me gusta la animación, pero precisamente la japonesa no me entusiasma!
ResponderEliminarUn saludo!