miércoles, 17 de septiembre de 2014

Jerry Jones y el Cine Maldito: Ir Solo al Cine.


Hay veces en las que el destino me odia. Escribo esto en plena Semana Santa, soportando un patológico calor producto de alguna ciclogénesis explosiva aún no descubierta que favorece que mi hiperhidrosis (a la que a veces llamo hidronefrosis por eso de que tengo algún tipo de afasia de Wernicke no diagnosticada) florezca hasta límites insospechados. Yo quería hacer algo útil con mi vida aquella tarde de Abril. Ya sabéis: estudiar, sacar a pasear al perro que no tengo, terminar trabajos pendientes, hacer punto, trepar por las paredes de mi cuarto y colgarme para jugar a ser una lámpara, etc. Sin embargo, cuando tu impresora decide no hacerte caso a pesar de que no pares de hacer click en la opción “imprimir” o tu conexión a internet te asegura que está en pleno rendimiento aunque tu estés presenciado in situ que eso no es así, el destino deja de quererte y te impulsa a hacer cosas malas. “Cosas nazis” – como diría Peter Griffin (o una excelente hematóloga).

Por ello, ante la alineación de los astros para que no estudie o haga cosas académicamente necesarias, se me ocurrió ir al cine. Era miércoles, así que el precio no habría sido un problema (recordemos: 3,90 – 3,90 – 3,90) y no me habría costado nada encontrar algún acompañante. Como mi novia no se encontraba en Madrid porque - muy sabiamente - se había ido a la playa, decidí escribir en el grupo de whatsapp familiar (somos unos modernos en mi familia, hasta nos enviamos vídeos graciosos del estilo de la Blancanieves Ibérica) proponiendo hacer un plan familiar de esos que tanto gustan a los padres. Sin embargo, antes de manifestarlo públicamente, decidí consultar a mi hermano pequeño (o lo que es lo mismo: un acompañante asegurado). Imaginaos cuál fue mi sorpresa cuando el renacuajo, muy avergonzado y con un tono de voz que hacía evidente la lástima que sentía hacia su hermano de 23 años sin potenciales acompañantes para ir al templo de Séptimo Arte, me dijo: “Es que es la final”. La final del maldito fútbol. No sé si lo sabíais, pero las finales de fútbol no son como los Óscar: no se pueden ver a las 02:00am. Se tienen que ver en maldito horario corriente: a las 21:30. Maldita sea. Tendré que ir al cine solo, porque si mi familia falla por el fútbol, mis amigos fallan, y – aunque tenga que vigilar de cerca a mis enemigos – no me apetecía llamarles. Tendré que volver a ir al cine solo y experimentar todo lo que eso conlleva.


Llevo presumiendo de mi patológica condición de cinéfilo desde hace muchos años. Sin embargo, hasta el verano de 2013 no fui capaz de aventurarme a ir al cine completamente solo. Pensaréis que no hace falta hacerlo para demostrar a la sociedad que de verdad sientes pasión por el cine, pero, sorprendentemente, hay que hacerlo. La gente de a pie no te considera cinéfilo si no has ido solo al cine: creen que eres uno de esos cinéfilos de palo. De rosa palo. Y, qué queréis que os diga, pero Jerry Jones no es un maldito cinéfilo de palo-tilla. Es de todo menos prescindiblemente rosa. Es un verdadero amante del cine digan lo que digan las malas, absolutistas y déspotas lenguas acinéfilas.

Así que sí, señores. He ido al cine solo muchas veces y sé lo que es ir al cine con la sola compañía de tu ropa y de la atmósfera de lástima que se genera en torno a tu persona por culpa de los dueños de esas acinéfilas lenguas que exigen a la minoría cinéfila que vayan al cine solos para merecer su título para después demostrar - sin pudor alguno - la LÁSTIMA que da el cinéfilo solitario. Ugh. Me da tantísima rabia que estos portadores de amorales músculos linguales no sepan lo que significa ir SOLO al cine, que he decidido contárselo. A ellos y a vosotros. Para que, además de que algún wallflower pueda empatizar con mi triste existencia, podáis pasar un buen rato leyendo lo que es para Jerry Jones la experiencia de ir solo al cine maldito.

¿Dónde me siento para estar tranquilamente solo? ¿Fila 4 centrado? ¿Extremo fila 7?
Muchas veces, cuando un cinéfilo decide ir al cine sin acompañante, se va sin tener claro qué va a ver. La primera vez que yo fui sin compañía alguna era verano y hacía un calor abrasador. Yo, en mis pantalones largos para combatir el mortífero aire acondicionado de las salas y para sufrir los deletéreos efectos de mi hiperhidrosis veraniega, salí de casa con una desproporcionada antelación para llegar a la primera sesión de la tarde y así evitar el mogollón de gente (porque – recordemos – los españoles duermen la siesta). Pues bueno, una vez en taquilla, me puse a ver la cartelera. Y me llevé dos grandes sorpresas: los españoles NO duermen la siesta y los españoles van al cine a ciegas.

Al cine NO se puede ir sin los deberes hechos: hay que saber qué películas hay y cuáles son las opciones con más probabilidades de alcanzar tus expectativas. La gente – a estas alturas – aún no sabe eso. Es más, ni siquiera saben que no se debe decir en alto lo primero que se te pasa por la cabeza porque en la cola del cine, casi siempre, suele haber algún cinéfilo solitario que, como es lógico y normal, al ir sin acompañante tiende a prestar atención a lo que los demás espectadores dicen. Transcribo una conversación presenciada a las 15:45 en la cola de la taquilla del cine entre un grupillo de pijas de la tercera edad (sí, me dediqué a escribirla en mi “bloc de notas” del móvil, ¿vale? Soy un cinéfilo solitario que esta mu loko):

- ¿Esta es nuestra amiga? (hablando de la jovencita que estaba en la taquilla)
+ Sí, por la voz sí es.
- Pues yo creo que no es.
+ Que sí, mujer, que es nuestra amiga.
- Carolina por Dios Santo, pero si tú vienes menos que yo aquí. No me lleves la contraria porque no sabes.
+ Yo lo se mejor.
- Bueno, bueno. ¿Entonces qué vemos?
+ ¿Tipos Legales por ejemplo?

Compraron dos entradas para Tipos Legales.

Tipos legales, señores.


La segunda vez que fui al cine solo fui sin compañía alguna porque no me dio la gana. Un amigo mío me ofreció ir con él y un conocido suyo, pero iban a ver El Llanero Solitario y, aunque toda actuación de Depp me hace mucha gracia, no me apetecía nada. Mi amigo me insistió mucho en que fuese con ellos, y por simple piedad, decidí contar una mentirijilla para que no se sintiese mal por ir a ver una película que no me apetecía nada (mi amigo, al saber que El Llanero Solitario no me apetecía, me había ofrecido cambiar la película… qué bonita es la amistad cuando no hay partidos de fútbol): le dije que me quedaría en casa porque me encontraba regular. Sin embargo, me moría de ganas de ir al cine, así que, para que no se diese cuenta de que había tenido que ir solo porque no quería ir a ver ese potencial ñordo de película, escogí otra (concretamente Kick Ass 2) que se proyectaba media hora después del inicio de El Llanero Solitario. Así los dos saldríamos ganando: él se pensaría que no iba al cine porque me encontraba mal de verdad, y yo vería una película sin que él se diese cuenta.

Sin embargo, imaginaos cuál fue mi sorpresa cuando salí del cine y me lo encontré fumando en la maldita puerta del edificio. Se me relajaron los esfínteres, experimenté una exagerada miosis por la más prudente activación de mi sistema parasimpático, me aumentaron muchísimo las dioptrías a pesar de que llevaba mis anteojos (-“Cuidado con mis anteojos, Miguel”… +“Perdóname Juanito…”) e, inesperadamente, experimenté la más oportuna de las hipoacusias. Pero, aún así, oía cómo decía mi nombre, intuía cómo se acercaba hacia mí, cómo insistía en que me diese la vuelta y me enfrentase a la realidad… Y me tuve que girar: “¡Hombre! No te había visto!”. Lamentable. Última vez que miento por ir al cine. Porque mi amigo sabe que estoy más loco que una cabra asesina, pero su amigo no. Y, después de eso (y de empezar a leer MCDC) probablemente se crea que “Jerry Jones” tendría que estar ingresado en la unidad de agudos de psiquiatría.


En otras solitarias ocasiones he tenido que sufrir verdaderas torturas. Una de ellas fue ir al cine sin el móvil con la batería al máximo. En circunstancias normales no habría ocurrido nada, pero no hay cosa más triste que llegar a la sala antes que nadie y no poder interactuar con las múltiples herramientas o aplicaciones del teléfono para dar a entender a todos los espectadores (que entran después que tú porque has llegado demasiado pronto) que, a pesar de ir al cine solo, tienes una vida social virtual lo suficientemente interesante como para no levantar la vista hasta que las luces se apagan.

O lo que también puede ocurrir es que llegues con muchísimo hambre, que te compres unas palomitas tamaño XXL (si te compras palomitas, te las compras a lo grande) con su correspondiente bebida y que, debido a que has tenido que hacer cola, llegues a la sala minutos antes de que las luces se apaguen, de tal forma que todo el mundo que está ya sentado (con sus respectivos acompañantes) te ven entrar solo y con un esperpéntico recipiente de palomitas. En ese momento dejas de ser un mero cinéfilo y pasas a ser un obeso solitario. Porque queda muy bonito compartir el cubo de palomitas tamaño XXL con tu novia, pero es muy propio de los amantes del síndrome metabólico hacer lo que yo hago.

Ya es que ni el mirar al móvil te libra de la etiqueta que te acabas de ganar: el sedentario, asocial, cotilla, obeso, desvergonzado y solitario individuo que se sienta en la fila 4 para evitar toda interacción social. Ese soy yo cuando voy al cine solo.

Di que sí, Jerry.

Jerry

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